El banquete de los adinerados de
Monterrey
Cuando estuvo el General
Francisco Villa en la ciudad de Monterrey, a finales de 1914. Los
representantes del alto comercio, la industria, la banca y las finanzas de la
ciudad, se presentaron ante Villa, para ofrecerle en señal de amistad y agasajo
un banquete organizado en debida forma. El centauro lo recibió con muestras de
cordialidad y escuchando lo que decían los regiomontanos:
“Señor General Villa, nos honra
darle la bienvenida a nombre del comercio, de la industria y de los bancos.
Sabemos que usted es un hombre liberal o sea que respeta la libertad de otros
hombres; sabemos que es hombre justo, que no castiga a quien no lo merece;
sabemos que es hombre de buenos impulsos revolucionarios, que sólo busca el
bien del pueblo. Por eso, le traemos nuestro saludo, Señor General y le decimos
que esta ciudad de Monterrey es también amante de las libertades, de la
justicia y del bienestar de todos sus moradores, pequeños y grandes, pobres y
ricos”
Complacido Villa con tales
conceptos que también encuadraban con su amor por el pueblo, a su "raza”,
expresó jubiloso que la riqueza se originaba con el sudor y el sacrificio de
los de abajo para satisfacer, muchas veces, la vida fastuosa de los magnates y
que entonces era muy justo que éstos propiciarán el desarrollo de los
desheredados que carecen de techo, de alimentos y de salubridad en su miseria y
desamparo.
Enseguida los de Monterrey, para
rubricar tan feliz acontecimiento, le ofrecieron un banquete con todas las de la
ley.
¿Y cuánto costaría dicho
banquete? Preguntó Villa.
Cabildearon los regiomontanos y
luego contestaron:
30,000 pesos, Señor general.
30,000 pesos...mmm… 30,000. No
Señores. ¿Cómo voy a comer semejante suma y mis hermanitos sufriendo a hambre y
privaciones? Cáiganse ustedes con la lana y usted, Señor Gobernador,
dirigiéndose al General Raúl Madero, mande usted a comprar de maíz y frijol que
deberá ser repartido entre los muy pobres, a razón de un almud de maíz y un
cuarterón de frijol por familia. Al fin que ustedes tienen mucho que comer en
sus casas y yo también tengo harto que comer en la mía.
Por la tarde de ese mismo día,
los adinerados de la Sultana del Norte ofrecieron una fiesta de toros que el
Centauro aceptó gustoso, eso sí, siempre que la entrada fuera gratuita para el
pueblo.
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