Escape de la Penitenciaria Militar de Santiago Tlatelolco
Desde que fue
trasladado de la Penitenciaria de Lecumberri a la Prisión Militar de Santiago
Tlatelolco, cuyo régimen interior era mucho más suave que el de la
Penitenciaría, de algún modo pensaba en escapar. Mientras empezó a estudiar
mecanografía. Cabe hacer mención que paso 3 meses preso en Lecumberri.
Frecuentemente se
llamaba al preso ya para hacerle notificaciones, tomarle declaraciones o
llenar cualquier otro requisito de su proceso.
Pocas veces fue el juez en persona quien practicó las indicadas
diligencias a Villa, y era un jovencito llamado Carlos Jáuregui, escribiente
del juzgado, el encargado de ello.
Villa pidió a este
joven que le comprara una buena máquina de escribir, y éste desde luego cumplió
con él encargo, pero al ir a entregar la máquina al preso, le dijo:
¡Qué feliz sería yo,
general, si esta máquina fuera mía!
¿Con tan poca cosa
sería usted feliz?
Sí, mi general, y le
repito a usted que mucho.
¿Qué haría usted con
ella? ¿De qué modo lo haría
feliz, muchachito? ·
Villa llamaba muchachito a cualquier persona que
hablaba con él, y raras veces hacía la
excepción en hombres respetables por su posición, o con los ancianos, y
Jáuregui, guíen realidad era muy joven.
¡Ah, general!, contestó
me haría feliz porque la llevaría a un empeño.
¿Y cuánto le prestarían a usted por ella,
muchachito?
Cuando menos, cien
pesos.
¡Bah!, eso es bien
poco, yo se los daré. Y se los doy sin comprometerlo a nada, sólo porque usted me es simpático, muchachito, y porque
me ha tratado bien como preso.
Qué viejo está su
traje, Carlitos, me da pena verlo así; cómprese uno nuevecito. Vi en un periódico que los hay
hasta de veinte pesos, tome estos cuarenta para que se compre uno bueno. Pero,
general, esto es mucho.
Ande, ande, ¡tómelos!
Ya le dije muchachito que usted me es simpático. Si yo estuviese mandando mi
tropa y usted se me presentara, lo haría mi ayudante con un buen grado, y
dejaría usted de estarse perdiendo en este juzgadillo tan feo.
Cierto día Jáuregui, le
dijo a Villa:
General, ¿por qué no se
fuga usted?
¡Fugarme¡, ¿Cómo?
De proponérselo, tal
vez no le faltarían medios.
Villa era profundamente
desconfiado, y abrigó la sospecha de
que aquel joven podía ser instrumento de una celada que le tendieran sus
enemigos, pero sus palabras le abrían, por otra parte, una esperanza.
Jáuregui le dio muchas
razones para que tratara de fugarse, el General Villa y le pregunto ¿Cómo le
haría usted?
Jáuregui le contesto,
General, limaré una de estas rejas, señalando las que lo separaban de Villa y
que comunicaban al juzgado con el interior
de la prisión, y luego añadió, poco a poco la limaré y
cubriré las huellas con chicle ennegrecido.
Tenga usted en cuenta
que soy el encargado de abrir el juzgado para su aseo, antes de que venga el
juez y los demás empleados del tribunal. Además, también puedo retirarme el
último, pretextando algún arreglo de expedientes u otra cosa.
Villa continuaba
desconfiando, le pregunto al muchacho, ¿Para comenzar su trabajo necesita usted
algún dinero? Poco, general. Sólo el suficiente para comprar limas muy finas.
Villa entregó al joven un billete de cincuenta pesos.
Cierto día, después de
entregarle un par de magníficas pistolas, convinieron que, a las tres de la
tarde, hora en que el empleado acostumbraba ir al juzgado, se verían de nuevo
para consumar la fuga. Se llegó la hora de la fuga.
Jáuregui le entrego un
abrigo, un sombrero y unos anteojos. El sombrero era un bombín, el abrigo era
nuevo y de buen corte, y los anteojos de color oscuro.
La tarde estaba nublada
y era precisamente el 25 de diciembre de 1912, por lo cual los juzgados que estaban
dentro del muro exterior del edificio y se comunicaban con el cuerpo de guardia
estaban vacíos,
Ambos se dirigieron
resueltamente hacia el cuerpo de guardia.
Villa iba sereno, empuñaba una pistola dentro del bolsillo del abrigo y
con la otra sostenía un gran pañuelo sobre la nariz fingiendo estar enfermo,
con el fin de ocultar su cara y no ser reconocido al pasar frente al servicio
de guardia. Ni a los oficiales, ni a los soldados les llamó la atención
aquellos dos señores que salían de los juzgados.
En la plaza de Santiago
Tlatelolco esperaba un automóvil contratado por Jáuregui para hacer un viaje a
Toluca, lo abordaron rápidamente y emprendieron el camino en medio de la
ignorancia del chofer de que protegía una fuga.
Desde aquel momento
Villa y Jáuregui quedaron unidos en
estrecha amistad, después de una gran peripecia, el General Villa y
Carlos Jáuregui, abandonaron el país por la ciudad de Nogales, Arizona.
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