domingo, 10 de junio de 2018

General Francisco Villa (Escape de la Penitenciaria Militar de Santiguo Tlatelolco).

Escape de la Penitenciaria Militar de Santiago Tlatelolco

Desde que fue trasladado de la Penitenciaria de Lecumberri a la Prisión Militar de Santiago Tlatelolco, cuyo régimen interior era mucho más suave que el de la Penitenciaría, de algún modo pensaba en escapar. Mientras empezó a estudiar mecanografía. Cabe hacer mención que paso 3 meses preso en Lecumberri.

Frecuentemente se llamaba al preso ya   para hacerle   notificaciones, tomarle declaraciones o llenar cualquier otro requisito de su proceso.  Pocas veces fue el juez en persona quien practicó las indicadas diligencias a Villa, y era un jovencito llamado Carlos Jáuregui, escribiente del juzgado, el encargado de ello.

Villa pidió a este joven que le comprara una buena máquina de escribir, y éste desde luego cumplió con él encargo, pero al ir a entregar la máquina al preso, le dijo:

¡Qué feliz sería yo, general, si esta máquina fuera mía!

¿Con tan poca cosa sería usted feliz?

Sí, mi general, y le repito a usted que mucho.

¿Qué haría usted con ella?  ¿De qué   modo lo haría
feliz, muchachito?                                          ·

Villa llamaba   muchachito a cualquier persona que hablaba   con él, y raras veces hacía la excepción en hombres respetables por su posición, o con los ancianos, y Jáuregui, guíen realidad era muy joven.

¡Ah, general!, contestó me   haría feliz porque   la llevaría a un empeño.

¿Y   cuánto le prestarían a usted por ella, muchachito?

Cuando menos, cien pesos.

¡Bah!, eso es bien poco, yo se los daré. Y se los doy sin comprometerlo a nada, sólo porque   usted me es simpático, muchachito, y porque me ha tratado bien como preso.

Qué viejo está su traje, Carlitos, me da pena verlo así; cómprese uno   nuevecito. Vi en un periódico que los hay hasta de veinte pesos, tome estos cuarenta para que se compre uno bueno. Pero, general, esto es mucho.

Ande, ande, ¡tómelos! Ya le dije muchachito que usted me es simpático. Si yo estuviese mandando mi tropa y usted se me presentara, lo haría mi ayudante con un buen grado, y dejaría usted de estarse perdiendo en este juzgadillo tan feo.

Cierto día Jáuregui, le dijo a Villa:

General, ¿por qué no se fuga usted?

¡Fugarme¡, ¿Cómo?

De proponérselo, tal vez no le faltarían medios.

Villa era profundamente desconfiado, y abrigó   la sospecha de que aquel joven podía ser instrumento de una celada que le tendieran sus enemigos, pero sus palabras le abrían, por otra parte, una esperanza.

Jáuregui le dio muchas razones para que tratara de fugarse, el General Villa y le pregunto ¿Cómo le haría usted?

Jáuregui le contesto, General, limaré una de estas rejas, señalando las que lo separaban de Villa y que comunicaban al juzgado con el   interior de  la  prisión,  y luego añadió, poco a poco la limaré y cubriré las huellas con chicle ennegrecido. 

Tenga usted en cuenta que soy el encargado de abrir el juzgado para su aseo, antes de que venga el juez y los demás empleados del tribunal. Además, también puedo retirarme el último, pretextando algún arreglo de expedientes u otra cosa.

Villa continuaba desconfiando, le pregunto al muchacho, ¿Para comenzar su trabajo necesita usted algún dinero? Poco, general. Sólo el suficiente para comprar limas muy finas. Villa entregó al joven un billete de cincuenta pesos.

Cierto día, después de entregarle un par de magníficas pistolas, convinieron que, a las tres de la tarde, hora en que el empleado acostumbraba ir al juzgado, se verían de nuevo para consumar la fuga. Se llegó la hora de la fuga.

Jáuregui le entrego un abrigo, un sombrero y unos anteojos. El sombrero era un bombín, el abrigo era nuevo y de buen corte, y los anteojos de color oscuro.  

La tarde estaba nublada y era precisamente el 25 de diciembre de 1912, por lo cual los juzgados que estaban dentro del muro exterior del edificio y se comunicaban con el cuerpo de guardia estaban vacíos,

Ambos se dirigieron resueltamente hacia el cuerpo de guardia.  Villa iba sereno, empuñaba una pistola dentro del bolsillo del abrigo y con la otra sostenía un gran pañuelo sobre la nariz fingiendo estar enfermo, con el fin de ocultar su cara y no ser reconocido al pasar frente al servicio de guardia. Ni a los oficiales, ni a los soldados les llamó la atención aquellos dos señores que salían de los juzgados.

En la plaza de Santiago Tlatelolco esperaba un automóvil contratado por Jáuregui para hacer un viaje a Toluca, lo abordaron rápidamente y emprendieron el camino en medio de la ignorancia del chofer de que protegía una fuga.  

Desde aquel momento Villa y Jáuregui quedaron unidos en   estrecha amistad, después de una gran peripecia, el General Villa y Carlos Jáuregui, abandonaron el país por la ciudad de Nogales, Arizona.


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