domingo, 10 de junio de 2018

General Francisco Villa (Una valiente monja)



"Una valiente monja"

Después de la batalla de Celaya, que en si fueron tres (Celaya, León y Aguascalientes), los restos de la División del Norte se concentraron en la ciudad de Torreón.

Antes de proseguir con el relato, es de todos sabido que el General Francisco Villa siempre fue muy llorón. Suena algo contradictorio que el legendario Centauro del Norte, el mero jefe de los dorados y de la División del Norte, fuera muy sentimental y llorara espontáneamente a moco tendido, lloro cuando exhumaron el cadáver de Francisco I. Madero, lloro, cuando le ordeno a Rodolfo Fierro asesinar a su compadre, Tomas Urbina.

Por lo que no era extraño, que cuando visitara a los heridos acompañado de Rodolfo Fierro y al ver que muchos de los heridos estaban lisiados de por vida (ciegos, mancos, cojos, etc.) y conforme iba recorriendo los pabellones Villa se puso sentimental y se puso a llorar.

Finalmente, le dijo a Rodolfo Fierro que lo iba escoltando, “Muchachito, estos valientes no merecen esta suerte. Pregúnteles si quieren una muerte rápida”

Y así Fierro iba tras del centauro preguntándoles a los heridos si querían que los “ayudara”. Algunos, como un Teniente de Artillería al que le había estallado su pieza y estaba ciego, le suplicó que Fierro le diera un plomazo. Y así iba el centauro recorriendo el hospital. De vez en cuando se oía un plomazo cuando Fierro “ayudaba” a un herido.

Esto continuo hasta que Sor Benita, la enfermera en jefe del hospital, había oído los plomazos, vino corriendo y se le planto frente al centauro. “¡Válgame Dios! ¿Pero qué diablos están haciendo ustedes? ¡Asesinos!”

Fierro se sonrió y le dijo a Villa. “Oste dice si me la quebró jefe”

“Mire madre, estos hombres no merecen sufrir,” explicó el centauro. Estaba chillando a moco tendido. Bien decían que Villa llorando mataba. En cualquier momento el o Fierro le soltarían un plomazo a la monja, si esto les apetecía.

“¿Entonces por qué los mandan ustedes los generales a matarse? ¡Si no merecen sufrir no los haga soldados!”

“¡Es que ya no van a ser lo que eran antes!” contratacó el centauro entre lloriqueos. “¡Pobres cabrones! ¡Me parte el alma verlos así!”

Pero la monja estaba bien atrincherada y era valiente. “Estos hombres son héroes, si, y ahora la nación les debe cuidados. ¡No se merecen un plomazo en la sien! Tantos esfuerzos que hacemos aquí para curarlos y luego usted y el energúmeno este vienen y los matan, así como así”.

“¡Señora! ¡Más respeto!” protesto Fierro. La monja le había puesto un índice de fuego en el pecho y hasta Fierro se había hecho para atrás.

“¡Esta bien muchachito!” dijo finalmente el centauro viendo como hasta Fierro había sido batido por la monja indómita. “La monja tiene razón. Ya no ayude a mas heridos.”

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