"Una valiente monja"
Después de la batalla de
Celaya, que en si fueron tres (Celaya, León y Aguascalientes), los restos de la
División del Norte se concentraron en la ciudad de Torreón.
Antes de proseguir con el
relato, es de todos sabido que el General Francisco Villa siempre fue muy llorón.
Suena algo contradictorio que el legendario Centauro del Norte, el mero jefe de
los dorados y de la División del Norte, fuera muy sentimental y llorara
espontáneamente a moco tendido, lloro cuando exhumaron el cadáver de Francisco
I. Madero, lloro, cuando le ordeno a Rodolfo Fierro asesinar a su compadre, Tomas
Urbina.
Por lo que no era extraño, que
cuando visitara a los heridos acompañado de Rodolfo Fierro y al ver que muchos
de los heridos estaban lisiados de por vida (ciegos, mancos, cojos, etc.) y conforme
iba recorriendo los pabellones Villa se puso sentimental y se puso a llorar.
Finalmente, le dijo a Rodolfo
Fierro que lo iba escoltando, “Muchachito, estos valientes no merecen esta
suerte. Pregúnteles si quieren una muerte rápida”
Y así Fierro iba tras del
centauro preguntándoles a los heridos si querían que los “ayudara”. Algunos,
como un Teniente de Artillería al que le había estallado su pieza y estaba
ciego, le suplicó que Fierro le diera un plomazo. Y así iba el centauro
recorriendo el hospital. De vez en cuando se oía un plomazo cuando Fierro
“ayudaba” a un herido.
Esto continuo hasta que Sor
Benita, la enfermera en jefe del hospital, había oído los plomazos, vino corriendo
y se le planto frente al centauro. “¡Válgame Dios! ¿Pero qué diablos están
haciendo ustedes? ¡Asesinos!”
Fierro se sonrió y le dijo a
Villa. “Oste dice si me la quebró jefe”
“Mire madre, estos hombres no
merecen sufrir,” explicó el centauro. Estaba chillando a moco tendido. Bien decían
que Villa llorando mataba. En cualquier momento el o Fierro le soltarían un
plomazo a la monja, si esto les apetecía.
“¿Entonces por qué los mandan
ustedes los generales a matarse? ¡Si no merecen sufrir no los haga soldados!”
“¡Es que ya no van a ser lo
que eran antes!” contratacó el centauro entre lloriqueos. “¡Pobres cabrones!
¡Me parte el alma verlos así!”
Pero la monja estaba bien
atrincherada y era valiente. “Estos hombres son héroes, si, y ahora la nación
les debe cuidados. ¡No se merecen un plomazo en la sien! Tantos esfuerzos que
hacemos aquí para curarlos y luego usted y el energúmeno este vienen y los matan,
así como así”.
“¡Señora! ¡Más respeto!”
protesto Fierro. La monja le había puesto un índice de fuego en el pecho y
hasta Fierro se había hecho para atrás.
“¡Esta bien muchachito!” dijo
finalmente el centauro viendo como hasta Fierro había sido batido por la monja indómita.
“La monja tiene razón. Ya no ayude a mas heridos.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario