domingo, 10 de junio de 2018

General Emiliano Zapata (Su asesinato, narrado por un oficial zapatista)


Parte dado al General Gildardo Magaña, de un oficial zapatista, sobre el asesinato dl General Emiliano Zapata.


Les doy a conocer el parte oficial rendido al General Gildardo Magaña por el mayor Salvador Reyes Avilés, Secretario Particular del General Zapata.


Explica en dicho parte, que Zapata al ver que Guajardo tomaba Jonacatepec, aparentemente a sangre y fuego, y que cumplía la promesa de entregarle para su castigo a los subordinados del traidor General Victorino Bárcenas, cobró confianza e invitó a Guajardo a que tuvieran una primera entrevista, acompañado cada uno de una escolta de sólo treinta hombres.

El mayor narra, que la entrevista se celebró en Tepalcingo, y allí acudieron ambos, sólo que Guajardo, en lugar de presentarse con sólo la escolta convenida, se hizo acompañar por seiscientos hombres de caballería y una ametralladora.

Al ver Zapata a Guajardo, lo recibió cordialmente y lo felicitó por haberse adherido a la causa del Sur. Hizo más: al saber que Guajardo venía enfermo, le ofreció caballerosamente una pócima para su curación; gentileza a la que pocas horas después correspondería Guajardo con la felonía.

Celebrada la entrevista de Tepalcingo, se separaron Zapata y Guajardo, citándose para el día siguiente en las cercanías de Chinameca.

Al llegar allí en la mañana del 10 de abril de 1919, corrieron rumores de que el enemigo se aproximaba: por lo que el General Zapata, de acuerdo con Guajardo, arregló los dispositivos de combate: Guajardo atacaría al enemigo por la llanura, mientras que Zapata, le haría frente en un punto conocido con el nombre de la Piedra Encimada.

La alarma resultó falsa, pues el enemigo no apareció por parte alguna, y entonces Guajardo aprovechó la oportunidad para invitar a Zapata a almorzar con él en el interior del casco de la Hacienda de Chinameca, el cual forma un recinto completamente cerrado por alta muralla y que sólo tiene una entrada protegida por una fachada provista de almenas.

Por esa puerta tenía que entrar forzosamente Zapata si aceptaba la invitación, como lo hizo, y en ese instante se consumó la tragedia, en la forma innoble que el parte aludido, detalla, el Mayor Salvador Reyes Ávila describe en su parte lo siguiente:

“Vamos a ver al coronel, dijo el jefe Zapata: que vengan nada más diez hombres conmigo, ordenó. Le seguimos diez, tal como él lo ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas”.

“La guardia formada (la de la gente de Guajardo) parecía preparada para hacerle los honores (al Jefe Zapata). El clarín tocó tres veces llamada de honor, y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar las pistolas, los soldados que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro inolvidable General Zapata el cual cayó para no levantarse más”.

“Su fiel asistente, Agustín Cortés, moría al mismo tiempo. Palacios debe haber sido asesinado en el interior de la hacienda”.

“La sorpresa fue terrible; los soldados del traidor Guajardo, parapetados en las alturas, en el llano, en la barranca, por todas partes (cerca de mil hombres), descargaban sus fusiles sobre nosotros. Bien pronto la resistencia fue inútil; de un lado éramos un puñado de hombres consternados por la pérdida del jefe y del otro un millar de enemigos que aprovechaban nuestro desconcierto para batirnos encarnizadamente”.

“Así fue la tragedia, así correspondió Guajardo, el alevoso, a la hidalguía de nuestro general en jefe. Así murió Emiliano Zapata. Así mueren los valientes, los hombres de pundonor, cuando sus enemigos, para poder enfrentarse a ellos, recurren a la traición y al crimen …”

El Mayor S. Reyes Avilés. - Firmado.

General Emiliano Zapata (Datos poco conocidos de su vida)


General Emiliano Zapata (Datos poco conocidos de su vida)

Después de que fue asesinado el General Emiliano Zapata el 10 de abril de 1919 en Chinameca. Después de muerto surgió la leyenda en la cual surgieron muchos mitos y realidades que se tejieron a su alrededor. A continuación, les voy a enumerar algunos datos poco conocidos del general:

“El General Emiliano Zapata acostumbraba fumar puro, que acompañaba con un buen coñac, le gustaba la cocina francesa y se permitía ciertos lujos. Era un pequeño propietario, dueño de su tierra y de algunos caballos, era un gran jinete y experto en las artes de la charrería”.

“El General pronunció varias frases que se hicieron célebres: “Revoluciones van, revoluciones vendrán, y yo seguiré con la mía”. “Esos que no tengan miedo que pasen a firmar”, invitando a sus hombres a poner su rúbrica en el Plan de Ayala. “La tierra es del que la trabaja”. “Para que nuestra revolución triunfe, será necesario que yo perezca antes”.

“Cuando Zapata y Villa ocuparon la ciudad de México, en diciembre de 1914, Zapata se rehusó a sentarse en la silla presidencial para fotografiarse, tal como lo había hecho Villa. Rechazó la invitación señalando: “la silla presidencial está embrujada, cualquier persona buena que se sienta en ella se convierte en mala”.

“El caudillo del sur era devoto del Padre Jesús, imagen venerada en la parroquia de San Miguel Arcángel, en Tlaltizapán. Se encomendaba a él antes de cada batalla y existen testimonios de gente de Morelos que asegura haber visto al Padre Jesús, como aparición, en las ancas del caballo de Zapata cuando se encontraba en peligro”.

“La Hacienda de Chinameca, lugar donde fue asesinado era sinónimo de muerte para los campesinos de Morelos. Los habitantes del pueblo de San Juan recordaban a su dueño como un hombre ambicioso y cruel que había despojado de sus tierras a los habitantes de los alrededores. Además, tenía una excéntrica afición: criar perros carniceros y convertirlos en un arma contra los indios que merodeaban”.

“En marzo de 1911, cuando decidió tomar las armas Zapata casi pierde la vida en Chinameca. En los linderos de la hacienda sostuvo un enfrentamiento contra las tropas federales del que logró salir bien librado, pero, desde aquel día, el caudillo vio con cierto recelo la hacienda y a lo largo de ocho años de lucha procuró evitarla. Además, a raíz de este altercado, decidió utilizar un doble y no hacer más apariciones públicas”.

“Luego del asesinato de Zapata, más de cincuenta oficiales del Ejército Libertador del Sur firmaron un manifiesto donde pedían la cabeza de uno de los artífices del asesinato Venustiano Carranza:”

“Tenemos una triple tarea: consumar la obra del reformador, vengar la sangre del mártir, seguir el ejemplo del héroe. Y esa tarea la hemos de cumplir, a despecho de retardatarios y traidores; por encima de la perversidad de Carranza, de la felonía de Pablo González y de Guajardo.

“El cadáver de Zapata fue sepultado en Cuautla, pero los campesinos de Morelos no creyeron en su muerte. Algunos señalaban que no era Zapata el hombre caído en Chinameca, sino su doble, pues no tenía una marca que el caudillo tenía en el pecho de nacimiento, tampoco le faltaba el dedo meñique de la mano derecha que había perdido frente a un toro en una corrida en Tucumán, nadie vio las cicatrices de una cornada en la pantorrilla derecha y de un balazo en la ingle que recibió, accidentalmente, cuando tenía 24 años”.


General Francisco Villa. (Su rendición)


La Rendición del General Francisco Villa.




Corría el año de 1920, para entonces ya había sido asesinado Don Venustiano Carranza y ocupaba la Presidencia de la República, el General Adolfo de la Huerta. El presidente De la Huerta, conocía al Ing. Elías Torres y conocía también, su amistad con el General Francisco Villa, por lo que, cierto día, lo cito en Palacio Nacional y después de explicarle porque lo había llamado, lo nombro como su representante personal, con el fin de que negociara la paz con Francisco Villa.

El ingeniero acepto de buena gana y contacto con el Centauro del Norte, a quien le explico su encomienda, la cual acepto Villa, pero al no encontrar las condiciones idóneas en Chihuahua, decide dirigirse a Sabinas, Coahuila.

Villa sale de Parral, cruza a caballo a marchas forzadas el desierto del Bolsón de Mapimí en pleno verano. El 27 de julio a la 5 de la mañana, cayo de improviso sobre Sabinas, para esto, llegó por el camino viejo que conducía al mineral de Las Esperanzas, cruzó el río Sabinas, y tomó por sorpresa la guarnición, desde donde le envió un telegrama al presidente De la Huerta, invitándolo a una conferencia de paz.

De inmediato, De la Huerta envió a Sabinas al General Eugenio Martínez, quien estaba acantonado en Torreón. El 28 de julio de 1920, después de unas largas platicas, juntos levantaron un acta, en donde se acordó que el General Francisco Villa se retirara a la vida privada. A cambio el Gobierno Federal le cedió en propiedad la Hacienda de “Canutillo”.

Se le autorizó una escolta de 50 hombres que Villa designo y que dependían de la Secretaría de Guerra y Marina, quien pagaría sus haberes. Estaba estipulado en la mencionada acta, que su escolta no podría ser removida ni podría distraerse de su único objetivo, que era la seguridad personal del general.

Al resto de los compañeros de armas del General Francisco Villa, se les respeto el grado que ostentaban, se les pago un año de haberes y se les dio en propiedad algunas tierras.

Asimismo, el general declaró bajo protesta no tomar las armas en contra del Gobierno, ni en contra de sus compatriotas. Se le encomendó al General Eugenio Martínez, la encomienda de velar el cumplimiento de las garantías ofrecidas a Villa.

Se acordó que el desarme de las fuerzas villistas se realizaría en La Hacienda de Tlahualilo, Durango. El documento fue firmado en la casa ubicada en avenida Reforma número 60, en donde se instaló una extensión telegráfica.

Aun cuando el gobierno federal le ofreció un tren, Villa no aceptó, regresando a caballo por una ruta montañosa y desértica, posiblemente previniendo una emboscada. En Sabinas permaneció tres días, siendo atendido por el alcalde, José María Treviño. Cuando partió su contingente se formó en columna de cuatro por la calle de Ocampo, frente a la acequia, desde la avenida Puebla, hasta la de Reforma, y salió por la avenida 5 de mayo. Todo el pueblo salió a despedirlo.


General Francisco Villa y San Pedro de la Cueva



Masacre de San Pedro de la Cueva


Si alguien cree que las guardias de autodefensa ciudadana son una novedad en México, se equivoca. Ya existían a principios del siglo XX en algunos poblados de la sierra de Sonora, para protegerse del bandolerismo y de quienes pretextando actuar en nombre de la Revolución asaltaban y cometían tropelías en algunos municipios como Mazatán, Mátape y San Pedro de la Cueva.

Las guardias, integradas en su mayoría por voluntarios y vecinos de la localidad de que se tratara, se establecían a la entrada de los pueblos y desde ahí revisaban a los forasteros, avisaban del peligro o repelían directamente a los invasores con sus propias armas.

Lo anterior es importante saberlo, ya que la actuación de las autodefensas de San Pedro de la Cueva en contra de las tropas villistas, desencadeno un hecho sangriento que a continuación les voy a narrar.

En octubre de 1915, el General Francisco Villa, cruzo los límites con Chihuahua y entro en Sonora, con el fin de apoyar al Gobernador de Sonora, José María Maytorena,, quien estaba en conflicto con Carranza, Calles y Obregón.

Entre el 31 de octubre y el 3 de noviembre perdió su primera batalla en Agua Prieta. Villa se retiró a Naco. De ahí pasó a Nogales y en el ferrocarril "sudpacífico" se orientó con destino a Hermosillo, la capital, que era su objetivo inmediato. Llegó a la hacienda El Alamito, y nuevamente fue derrotado por los generales Manuel M. Diéguez y Ángel Flores, en operaciones militares ordenadas por Álvaro Obregón desde Coahuila. Villa ataca Hermosillo el 21 de noviembre y es repelido.

El 25 de noviembre Villa en plena retirada decide trasladarse de El Alamito a La Colorada, después a Tecoripa y Mazatán para rodear posteriormente por Mátape y llegar a Tepupa y San José de Batuc. El humor de Villa no era precisamente el mejor, había sido derrotado y humillado, y la causa convencionista se encontraba ya en pleno declive, al igual que sus aliados en Sonora.

Aun así y después de abandonar parte del armamento y el equipo de guerra por las dificultades del traslado a caballo a través de la sierra, Villa decide emprender la retirada no sin antes aprovechar los recursos de los ranchos vecinos, recursos que utilizaba para alimentar a sus soldados y a sus animales

Pero dejemos la palabra Don Martín Noriega, cronista de San Pedro de la Cueva, quien años después declaro sobre estos hechos:

“En Mátape pasó la noche con toda su gente y allí tuvo conocimiento que había un camino que lo llevaba hasta Chihuahua y podía transportar la artillería sin muchos problemas. Enseguida, un contingente de más de tres mil soldados emprendió el viaje por el camino antes mencionado que pasaba por San Pedro de la Cueva”.

“Por otra parte, el señor Pancho Villa con el resto de la tropa salió de Mátape por una travesía que lo llevó directamente a Suaqui (de Batuc), lugar donde esperaría a los demás soldados junto con la artillería. Villa y sus acompañantes llegaron a Suaqui el día 30 de noviembre”.

“El día primero de diciembre, kilómetros antes de llegar a San Pedro, se adelantó un grupo de soldados para “tantear el vado”. Para esto, el grupo de voluntarios que se había formado para detener a los bandidos ya tenían conocimiento de que se aproximaba otra gavilla (gente lépera de mal vivir) y salieron a su encuentro en el lugar llamado El Cajete, aproximadamente a un kilómetro y medio del pueblo”.

Empezaron a llegar los supuestos bandidos, les empezaron a disparar y de “un de repente” ¡Que van siendo que no eran bandidos, sino una tropa de más de tres mil soldados! Entonces echaron a pelar y se escondieron para salvar el pellejo”. “En la balacera murieron cinco soldados villistas, entre ellos un sobrino del general, y un solo hombre del pueblo, llamado Mauricio Noriega, que no huyó porque recibió un balazo en la rodilla que le destrozó el hueso y ahí murió por tanta pérdida de sangre”. Hasta aquí termina el relato de Don Martin Noriega.

Las escenas dantescas vividas por los pobladores de San Pedro de la Cueva posteriores a la muerte del sobrino de Villa y con el dolor acumulado que éste ya traía por la derrota a manos de Obregón, Calles, Diéguez y Flores, no tienen límite en la imaginación de los sanpedrinos, que recibieron de sus bisabuelos y abuelos las versiones que ellos mismos testificaran:

“Derrumbe de puertas, saqueo de bienes, dinero y comestibles, incendio de viviendas, formación en columnas de seis en seis hombres adultos frente a la iglesia a quienes el Centauro del Norte decidió se les fusilara en venganza por lo de su sobrino, y los ruegos del párroco del lugar Andrés Avelino Flores Quesney, quien le pedía al general que parara con los fusilamientos, Villa enojado le advirtió que no siguiera con sus ruegos, a la tercera vez que le hizo el mismo pedimento, enojado Villa también lo mando a fusilar frente a su iglesia”.

Muchos años después, se construyó un monumento y una estatua del sacerdote Flores Quesney frente a la iglesia del pueblo, que en su base se lee:

 “En homenaje a los ciudadanos inmolados en este lugar por Francisco Villa, el 2 de diciembre de 1915”, en dicho monumento se colocó la lista de las personas fusiladas por Villa, en ella abundan los apellidos Calles, Noriega, Córdova, Basaca, Rivera, Ochoa Rivera, Encinas y Quijada, entre otros.

Por último, según Don Martín Noriega murieron ahí 73 vecinos de San Pedro, 6 chinos que comerciaban y 5 “fuereños que andaban de negocios”. 84 en total. y concluye: “¿de que sirvió que éste fulano matara tanta gente? Lo único que dejó fue huérfanos, viudas, y un gran odio.

Estoy de acuerdo en que los hombres que lo enfrentaron fueron los culpables, pero no todo el pueblo”. Posteriormente, Plutarco Elías Calles, como gobernador de Sonora (1917-1919) le otorgó una pensión de 15 pesos mensuales a cada una de las viudas.


General Francisco Villa (Una valiente monja)



"Una valiente monja"

Después de la batalla de Celaya, que en si fueron tres (Celaya, León y Aguascalientes), los restos de la División del Norte se concentraron en la ciudad de Torreón.

Antes de proseguir con el relato, es de todos sabido que el General Francisco Villa siempre fue muy llorón. Suena algo contradictorio que el legendario Centauro del Norte, el mero jefe de los dorados y de la División del Norte, fuera muy sentimental y llorara espontáneamente a moco tendido, lloro cuando exhumaron el cadáver de Francisco I. Madero, lloro, cuando le ordeno a Rodolfo Fierro asesinar a su compadre, Tomas Urbina.

Por lo que no era extraño, que cuando visitara a los heridos acompañado de Rodolfo Fierro y al ver que muchos de los heridos estaban lisiados de por vida (ciegos, mancos, cojos, etc.) y conforme iba recorriendo los pabellones Villa se puso sentimental y se puso a llorar.

Finalmente, le dijo a Rodolfo Fierro que lo iba escoltando, “Muchachito, estos valientes no merecen esta suerte. Pregúnteles si quieren una muerte rápida”

Y así Fierro iba tras del centauro preguntándoles a los heridos si querían que los “ayudara”. Algunos, como un Teniente de Artillería al que le había estallado su pieza y estaba ciego, le suplicó que Fierro le diera un plomazo. Y así iba el centauro recorriendo el hospital. De vez en cuando se oía un plomazo cuando Fierro “ayudaba” a un herido.

Esto continuo hasta que Sor Benita, la enfermera en jefe del hospital, había oído los plomazos, vino corriendo y se le planto frente al centauro. “¡Válgame Dios! ¿Pero qué diablos están haciendo ustedes? ¡Asesinos!”

Fierro se sonrió y le dijo a Villa. “Oste dice si me la quebró jefe”

“Mire madre, estos hombres no merecen sufrir,” explicó el centauro. Estaba chillando a moco tendido. Bien decían que Villa llorando mataba. En cualquier momento el o Fierro le soltarían un plomazo a la monja, si esto les apetecía.

“¿Entonces por qué los mandan ustedes los generales a matarse? ¡Si no merecen sufrir no los haga soldados!”

“¡Es que ya no van a ser lo que eran antes!” contratacó el centauro entre lloriqueos. “¡Pobres cabrones! ¡Me parte el alma verlos así!”

Pero la monja estaba bien atrincherada y era valiente. “Estos hombres son héroes, si, y ahora la nación les debe cuidados. ¡No se merecen un plomazo en la sien! Tantos esfuerzos que hacemos aquí para curarlos y luego usted y el energúmeno este vienen y los matan, así como así”.

“¡Señora! ¡Más respeto!” protesto Fierro. La monja le había puesto un índice de fuego en el pecho y hasta Fierro se había hecho para atrás.

“¡Esta bien muchachito!” dijo finalmente el centauro viendo como hasta Fierro había sido batido por la monja indómita. “La monja tiene razón. Ya no ayude a mas heridos.”

General Francisco Villa (Villa entro a Monterrey)


El banquete de los adinerados de Monterrey

Cuando estuvo el General Francisco Villa en la ciudad de Monterrey, a finales de 1914. Los representantes del alto comercio, la industria, la banca y las finanzas de la ciudad, se presentaron ante Villa, para ofrecerle en señal de amistad y agasajo un banquete organizado en debida forma. El centauro lo recibió con muestras de cordialidad y escuchando lo que decían los regiomontanos:

“Señor General Villa, nos honra darle la bienvenida a nombre del comercio, de la industria y de los bancos. Sabemos que usted es un hombre liberal o sea que respeta la libertad de otros hombres; sabemos que es hombre justo, que no castiga a quien no lo merece; sabemos que es hombre de buenos impulsos revolucionarios, que sólo busca el bien del pueblo. Por eso, le traemos nuestro saludo, Señor General y le decimos que esta ciudad de Monterrey es también amante de las libertades, de la justicia y del bienestar de todos sus moradores, pequeños y grandes, pobres y ricos”

Complacido Villa con tales conceptos que también encuadraban con su amor por el pueblo, a su "raza”, expresó jubiloso que la riqueza se originaba con el sudor y el sacrificio de los de abajo para satisfacer, muchas veces, la vida fastuosa de los magnates y que entonces era muy justo que éstos propiciarán el desarrollo de los desheredados que carecen de techo, de alimentos y de salubridad en su miseria y desamparo.

Enseguida los de Monterrey, para rubricar tan feliz acontecimiento, le ofrecieron un banquete con todas las de la ley.

¿Y cuánto costaría dicho banquete? Preguntó Villa.

Cabildearon los regiomontanos y luego contestaron:

30,000 pesos, Señor general.

30,000 pesos...mmm… 30,000. No Señores. ¿Cómo voy a comer semejante suma y mis hermanitos sufriendo a hambre y privaciones? Cáiganse ustedes con la lana y usted, Señor Gobernador, dirigiéndose al General Raúl Madero, mande usted a comprar de maíz y frijol que deberá ser repartido entre los muy pobres, a razón de un almud de maíz y un cuarterón de frijol por familia. Al fin que ustedes tienen mucho que comer en sus casas y yo también tengo harto que comer en la mía.

Por la tarde de ese mismo día, los adinerados de la Sultana del Norte ofrecieron una fiesta de toros que el Centauro aceptó gustoso, eso sí, siempre que la entrada fuera gratuita para el pueblo.

General Francisco Villa en Saltillo (Los cuatro reales)


"Los Cuatro Soles"

El 20 de mayo de 1914, el General Francisco Villa entró victorioso a la ciudad de Saltillo, Coahuila, después de lanzar su ofensiva, al mando del General José Isabel Robles, sobre el General Joaquín Maas, Comandante de la Plaza, los federales huyeron de la plaza en completo desorden. Después de la batalla, los saltillenses salieron a las calles y le dieron un gran recibimiento.

El Centauro Del Norte mandó llamar a los comerciantes saltillenses al Casino de Saltillo a quienes reprendió severamente por la hospitalidad que habían brindado a los Huertistas. Uno de ellos, manifestó valientemente:

“Señor General, nosotros somos hombres de bien, no nos metemos en la política. Nosotros queremos el triunfo de la Revolución, que es causa justa y vengadora. Pero mandan las leyes de la guerra que el hombre indefenso no puede guiarse por el consejo de su voluntad, sino por la voluntad de quienes empuñan las armas”.

“Así se comprende, que hayamos dado nosotros la contribución de nuestra ayuda a las tropas de Victoriano Huerta, las cuales, según nuestros propios sentimientos, protegen una mala causa, y por eso estamos aquí a decírselo, seguros de que usted no se entenderá y nos excusará, y que no descubrirá en nuestros actos culpa merecedora de castigo”.

Villa escuchó con mucha atención aquellas palabras hicieron buen efecto en su ánimo.

Señores, contestó, acojo con mucho gusto esto que ustedes me vienen a decir, pues creo en la verdad de sus palabras. Cuando así no fuera, su disposición a congraciarse con la causa del pueblo la limpia de los hierros pasados, siempre y cuando en el futuro tengan ustedes bastante corazón para que las amenazas de nuestros enemigos no los obliguen.

Digo, que, si yo los culpara, los culparía tan sólo del delito de su debilidad, que ahora no quiero afearles. Estén pues seguros que nada les va a pasar, y sepan que yo no soy hombre sanguinario y cruel, como me pintan en su rencor los partidarios de Victoriano Huerta. Les declaró que tengo por buena su confesión, y que no les impongo pena por su auxilio a las tropas de los usurpadores, sino que en verdad estimó que hicieron eso contra la inclinación de su ánimo.

Pero siendo también verdad que ya están aquí las tropas del pueblo, y que esta causa nuestra, es la que ustedes protegen con su simpatía, espero que ahora hablarán entre sí y resolverán de su voluntad propia haber que ayuda pueden darle, y que vendrán otra vez delante de mí y me dirán:

“Señor General Villa, queremos el triunfo de su causa, y para que se ayude y la ayude, aquí le traeremos esos cuatro reales”.

Salieron contentos los comerciantes por el buen trato que les dio Villa y al día siguiente se presentaron con el revolucionario diciéndole:

Señor General, aquí le traemos los cuatro reales que pudimos reunirle. Se trataba de 72 mil pesos uno sobre otro.

General Francisco Villa (Escape de la Penitenciaria Militar de Santiguo Tlatelolco).

Escape de la Penitenciaria Militar de Santiago Tlatelolco

Desde que fue trasladado de la Penitenciaria de Lecumberri a la Prisión Militar de Santiago Tlatelolco, cuyo régimen interior era mucho más suave que el de la Penitenciaría, de algún modo pensaba en escapar. Mientras empezó a estudiar mecanografía. Cabe hacer mención que paso 3 meses preso en Lecumberri.

Frecuentemente se llamaba al preso ya   para hacerle   notificaciones, tomarle declaraciones o llenar cualquier otro requisito de su proceso.  Pocas veces fue el juez en persona quien practicó las indicadas diligencias a Villa, y era un jovencito llamado Carlos Jáuregui, escribiente del juzgado, el encargado de ello.

Villa pidió a este joven que le comprara una buena máquina de escribir, y éste desde luego cumplió con él encargo, pero al ir a entregar la máquina al preso, le dijo:

¡Qué feliz sería yo, general, si esta máquina fuera mía!

¿Con tan poca cosa sería usted feliz?

Sí, mi general, y le repito a usted que mucho.

¿Qué haría usted con ella?  ¿De qué   modo lo haría
feliz, muchachito?                                          ·

Villa llamaba   muchachito a cualquier persona que hablaba   con él, y raras veces hacía la excepción en hombres respetables por su posición, o con los ancianos, y Jáuregui, guíen realidad era muy joven.

¡Ah, general!, contestó me   haría feliz porque   la llevaría a un empeño.

¿Y   cuánto le prestarían a usted por ella, muchachito?

Cuando menos, cien pesos.

¡Bah!, eso es bien poco, yo se los daré. Y se los doy sin comprometerlo a nada, sólo porque   usted me es simpático, muchachito, y porque me ha tratado bien como preso.

Qué viejo está su traje, Carlitos, me da pena verlo así; cómprese uno   nuevecito. Vi en un periódico que los hay hasta de veinte pesos, tome estos cuarenta para que se compre uno bueno. Pero, general, esto es mucho.

Ande, ande, ¡tómelos! Ya le dije muchachito que usted me es simpático. Si yo estuviese mandando mi tropa y usted se me presentara, lo haría mi ayudante con un buen grado, y dejaría usted de estarse perdiendo en este juzgadillo tan feo.

Cierto día Jáuregui, le dijo a Villa:

General, ¿por qué no se fuga usted?

¡Fugarme¡, ¿Cómo?

De proponérselo, tal vez no le faltarían medios.

Villa era profundamente desconfiado, y abrigó   la sospecha de que aquel joven podía ser instrumento de una celada que le tendieran sus enemigos, pero sus palabras le abrían, por otra parte, una esperanza.

Jáuregui le dio muchas razones para que tratara de fugarse, el General Villa y le pregunto ¿Cómo le haría usted?

Jáuregui le contesto, General, limaré una de estas rejas, señalando las que lo separaban de Villa y que comunicaban al juzgado con el   interior de  la  prisión,  y luego añadió, poco a poco la limaré y cubriré las huellas con chicle ennegrecido. 

Tenga usted en cuenta que soy el encargado de abrir el juzgado para su aseo, antes de que venga el juez y los demás empleados del tribunal. Además, también puedo retirarme el último, pretextando algún arreglo de expedientes u otra cosa.

Villa continuaba desconfiando, le pregunto al muchacho, ¿Para comenzar su trabajo necesita usted algún dinero? Poco, general. Sólo el suficiente para comprar limas muy finas. Villa entregó al joven un billete de cincuenta pesos.

Cierto día, después de entregarle un par de magníficas pistolas, convinieron que, a las tres de la tarde, hora en que el empleado acostumbraba ir al juzgado, se verían de nuevo para consumar la fuga. Se llegó la hora de la fuga.

Jáuregui le entrego un abrigo, un sombrero y unos anteojos. El sombrero era un bombín, el abrigo era nuevo y de buen corte, y los anteojos de color oscuro.  

La tarde estaba nublada y era precisamente el 25 de diciembre de 1912, por lo cual los juzgados que estaban dentro del muro exterior del edificio y se comunicaban con el cuerpo de guardia estaban vacíos,

Ambos se dirigieron resueltamente hacia el cuerpo de guardia.  Villa iba sereno, empuñaba una pistola dentro del bolsillo del abrigo y con la otra sostenía un gran pañuelo sobre la nariz fingiendo estar enfermo, con el fin de ocultar su cara y no ser reconocido al pasar frente al servicio de guardia. Ni a los oficiales, ni a los soldados les llamó la atención aquellos dos señores que salían de los juzgados.

En la plaza de Santiago Tlatelolco esperaba un automóvil contratado por Jáuregui para hacer un viaje a Toluca, lo abordaron rápidamente y emprendieron el camino en medio de la ignorancia del chofer de que protegía una fuga.  

Desde aquel momento Villa y Jáuregui quedaron unidos en   estrecha amistad, después de una gran peripecia, el General Villa y Carlos Jáuregui, abandonaron el país por la ciudad de Nogales, Arizona.


Hechos Trágicos de la Revolución (El Almuerzo Trágico)


La muerte del Lic. José Bonales Sandoval)

En su libro “Hazañas y muerte de Francisco Villa” escrito por el Ing. Elías Torres, nos narra un pasaje que nos enseña cómo era o más bien, como actuaba el General Francisco Villa, cuando se trataba de castigar a los traidores.

Nos cuenta el ingeniero, que, en El Paso, Texas, se encontró al Licenciado José Bonales Sandoval, quien iba a entrevistarse con el General Francisco Villa, para lo cual, él ya tenía un salvo conducto que amparaba a él y a un licenciado de apellido Ramírez y a seis más.

Cabe hacer mención, que Bonales Sandoval, había sido el abogado defensor del General Villa cuando fue procesado por insubordinarse al General Victoriano Huerta y debido a lo anterior él creía firmemente que le tenía una gran estimación y asi se lo demostraba con una  carta que  como salvoconducto   recibió,  en la  que, además   de hacerle  patente su amistad   y aprobar   el deseo  de verlo, lo invitaba   para  que pasara   a  su  Cuartel   General,   enviándole,   de  paso,  un  che­ que, por  trescientos  dólares para gastos.

Bonales Sandoval era felicista y según se había enterado el Ingeniero Torres, por boca del mismo Bonales Sandoval, que venía de Nueva York, con una misión secreta del centro directivo de ese bando político, cosa que le extraño al ingeniero Torres.

El licenciado se despidió del ingeniero Torres, diciéndole que pronto tendría   noticias de él para que  las  publicara   y que  de no  estar   tan  urgido  de  tiempo, preparando  su viaje, no le podía  dejar  un  retrato suyo para ornar  la  nota  que  seguramente  iba  a tener   que  dar  de él.

Al día siguiente no había trenes de pasajeros que partieran para el sur, así que, el General Villa le ordeno a su agente financiero, Gabino Vizcarra, que, de orden de él, le pusiera un tren especial que condujera a Bonales Sandoval y a sus acompañantes hasta Jiménez, Chih., que era en donde se encontraba el Cuartel   General de la División del Norte, al día siguiente partieron hacia allá, acompañados el propio Gabino Vizcarra.

Tiempo después, Gabino Vizcarra le conto, como testigo presencial al ingeniero torres los hechos trágicos que le sucedieron a Bonales Sandoval y a sus acompañantes.

Gabino Vizcarra le dijo al ingeniero, que cuando llegaron a la casa que ocupaba el Cuartel General en Jiménez, el general los recibió personalmente, abrazando cálidamente a Bonales Sandoval, quien le presentó a sus acompañantes, abrazando a cada uno, Villa parecía contento, porque   le alegraba ver de nuevo a quien lo había defendido   en los días amargos. 

Bonales Sandoval, aprovechando, desde luego, la buena acogida que el general le dio y tras   de algunas   otras frases, le dijo que traía   una comisión de Félix Díaz y le entrego una carta, cuya contestación esperaba en forma favorable.

Bonales Sandoval le dijo: “Para nosotros, mi general, no hay más jefe de la Revolución que usted. Carranza es una figura decorativa, incapaz de dirigir   ni siquiera un ligero combate. Hace usted bien en no aceptar órdenes de quien nada puede hacer si no fuera por las tropas de la División del Norte”

Villa recibió sonriente la carta, la leyó, o más bien trató de leer el sobre y cuando iba a sacar la carta, Bonales lo interrumpió, diciéndole:

“Guárdela usted, mi general, mañana la leerá   y nos dará la contestación, que no corre prisa   que lo haga desde luego”.

El General Villa siguió sonriente   y se guardó la carta, platicando con Bonales otro poco de tiempo, sin demostrar lo más ligera contrariedad, ordenando, después de un  rato, que  se preparara  alojamiento   a  los  recién  llegados,  pues  la  noche  se había  echado  encima  y era  preciso  descansar,   Estos  se  despidieron  para  retirarse con otro  abrazo  y el consabido  grito coreado  de "viva  Villa”

Únicamente se quedó Gabino Vizcarra, con el fin de solucionar unos asuntos pendientes, después de hacerlo, Villa saco la carta y le dijo a Vizcarra:

“Vamos  a  ver,  amigo  Don  Gabino,  qué  me  escribe  ese Félix  Díaz” en seguida le dio la carta para que se la leyera, en ella, Díaz lo reconocía  como jefe  supremo  del movimiento  revolucionario,  le ofrecía  ayuda  tanto  pecuniaria    como de con­tingente de jefes  para  el ejército,  y le hacía  patente  su odio hacia  Huerta, para  cuya completa  destrucción  se ponía incondicionalmente  a sus órdenes,  fomentando,  de paso, la división que  cada  día  era  más  grande entre Villa  y Carranza.

Cuando Vizcarra acabó de leer, y le entregó la carta a su jefe, éste, sonriente como al principio, sin nada que demostrara en él disgusto  alguno, se guardó  el papel  y, después  de hablar de otros  asuntos, se despidió   de su agente   financiero.

A la mañana   siguiente, le conto Gabino Vizcarra al ingeniero Torres, que lo despertaron de orden del general, ya que los recién llegados iban a almorzar con Villa y que lo llamaban para que los acompañara.

En la mesa ya estaban los generales Rodolfo Fierro, Manuel “El Chino” Banda y otros. Vizcarra menciona que el quedo sentado frente a Bonales Sandoval, quien al lado del general departía alegre­mente, guiñando   el ojo de cuando en cuando a sus acompañantes.

La comida se servía en un amplio corredor, de techo de lámina, ubicado al extremo de un amplio patio, en el estaban formados algunos soldados formados en línea.

Cuando uno de los acompañantes del Lic. Bonales Sandoval termino de comer, Villa le pregunto:

 ¿Ya acabó   usted?  Le ofreció más comida, a lo que le contesto “No, gracias, mi general, estoy   enteramente satisfecho.

Bueno, ­dijo Villa dirigiéndose a todos, como les ofrecí voy a darles la contestación a la carta que me trajo el licenciado Bonales.  ¿Con que usted ya acabó, amigo? Le dijo al primer comensal que se había sentido satisfecho. Sí señor, ya acabé, muchas gracias.

Entonces el General Villa se dirigió al General Fierro y le dijo, “vamos a darles la contestación convenida, empezaremos   por este amigo que ya acabó”, enseguida Fierro cogió del brazo al comensal y lo condujo hasta la pared de enfrente, colocándolo de espaldas   a la pared. 

En el acto, cinco soldados   avanzaron   e hicieron una descarga cerrada sobre el invitado, que rodó por el suelo, bien muerto.

Luego se dirigió al General Banda y le dijo, ahora sigue con los demás, lo mismo que tú, Fierro, a medida que vayan acabando, les van dando la contestación.

El   pánico se pintó en el semblante de todos los convidados   no es para   describirse, ninguno de los convidados   quería   concluir su almuerzo, todos hubieran   querido   tener   el estómago   del tamaño de un carro de ferrocarril, para no llenarlo   nunca.

Uno a uno fueron cayendo frente   a la pared   descascarada, las acompañantes protestaban:   

"Señor general, yo no sabía qué comisión traía este señor”, “A mí me invitó a que lo acompañara   clamaba otro­, pero yo no sé a qué viene" "Yo me estaba muriendo de hambre en El Paso y me presté a acompañarlo   para salir de apuros, pero nunca me dijo que fuera Felicista", nada de eso  valió.  Uno a uno fueron cayendo para no levantarse más.

El último   fue Bonales Sandoval, el miedo lo paralizo, no podía levantarse de la silla, tembloroso   suplicaba   a Villa, que seguía sonriendo   pavorosamente y dijo:

“Si    mi   madre, dijo   Villa, me viniera   a pedir   que traicionara la causa de la Revolución, para   volverme reaccionario, a mi madre mandaría matarla, camine, amigo”

Bonales no pudo levantarse, Fierro cogió la silla por el respaldo y la arrastró   con su carga hasta   las cercanías   de la pared, y allí los soldados hicieron fuego sobre Bonales Sandoval, sentado y mudo  de espanto,  con los horrores  de la  agonía  pintados   en el rostro.

Años después, cuando el General Villa estaba ya en paz, en la Hacienda de Canutillo, le dijo al ingeniero Torres, que el creyó, que Bonales Sandoval, era el parte de un plan de Carranza, para hacerlo flaquear en sus ideas revolucionarias y para exhibirlo ante los demás como un reaccionario.

Así se explica   lo que entonces   no tuvo explicación   lógica, ya que después de que fusilo a Bonales Sandoval, Villa dictó una carta para   Carranza en la que le decía lo que había sucedido   y le anexaba la carta de Félix Díaz. Concluyendo la misiva, con éstas o parecidas frases: 

"En vista de esto, los he mandado pasar por las armas, a reserva   de lo que usted resuelva   sobre el particular"