miércoles, 13 de junio de 2018

Anécdotas de la Revolución (Los peluqueros y la Revolución)

Los peluqueros y la Revolución 


En cuanto a la actuación de los peluqueros   en la revolución, existen dos anécdotas, una trágica, la del peluquero del General Villa y otra algo chusca, que se desarrolló en una céntrica peluquería de la ciudad de Chihuahua.

Comencemos, con la primera, resulta que en el pueblo de Namiquipa había un peluquero de nombre Luis Rosas, muy amigo de Villa,  a quien  con frecuencia   le cortaba el pelo y lo afeitaba,   a  la  vez que  le  servía  para  informarle de cosas  que  le  interesaban, por lo que  el general le tenía  una  gran  confianza.

Sabido esto por uno de los jefes  carrancistas,  se trasladó a Namiquipa y, tras  de un  estrecho  interrogatorio   a que  sujetó  al peluquero,   acabó  por hacerle  una  proposición:  

“Le  dijo que  si en la próxima  ocasión  que  bajara de la sierra  Villa  y se  pusiera    en sus  manos  para  servirle, le cortaba   el cuello, le daba  mil  dólares”.  

Rosas se negó a semejante cosa asegurando que ni tenía ocasión  de ver  a Villa,   ni  valor   para  realizar  tal  acto,  en  el remoto  supuesto  de  que  llegara   a verlo.  El jefe insistió    aumenta
ndo    la oferta, pero aquél se negó de nuevo y así, en una especie  de regateo, la recompensa iba subiendo  de dólares hasta   que se cerró  el trato  bajo  las  siguientes bases:

“Cinco mil dólares, de los cuales recibiría dos mil al contado y los tres restantes cuando consumara el asesinato”

Seguro ya del trato, el jefe carrancista evacuó el pueblo de Namiquipa   y dos días después   entraba Villa con su gente y lo primero   que hizo fue dirigirse a la peluquería de su amigo Rosas, pues traía largo el cabello y bastante   crecidas las barbas.

Hubo los saludos de rigor y ocupó el general el único sillón que tenía el establecimiento,  no sin haberse  quitado   la "guayabera"  y  desabotonado  la  camisa,  dejando al descubierto su corto cuello. El peluquero comenzó a cortarle el pelo, luego empezó los preparativos para afeitarlo.

Nerviosamente agitaba la brocha   dentro de una enorme taza, produciendo jabonadura, con la que empezó a embadurnar la cara de Villa. A medida que el trabajo continuaba, Villa notó que le temblaba la mano a Rosas e incorporándose desconfiado le preguntó:

¿Qué te pasa hermanito?, ¿por qué tiemblas?

No tiemblo, mi general, es que anoche corrí una parranda y estoy así. Le contesto el general, “Ah, vamos, pos sigue tu  trabajo y  cuidado  con  que me vayas  a cortar”.

Pero el nerviosismo aumentaba en el peluquero y el General Villa, notó, que además lo veía con frecuencia en el espejo como si esperara la ocasión de que se quedara dormido, por lo que no pudiéndose contener se levantó del asiento y sacando   la pistola le dijo:

“Me vas a decir qué  tienes  o te  descerrajo   un  tiro”, el peluquero,  lívido como un muerto, le contó lo que había  pasado,  el  compromiso   contraído y  acabó  por  afirmarle que nunca sería capaz  de cometer  semejante traición, que los dos mil  dólares  que  le habían   dado  allí  los tenía,  mostrándole  el fajo de billetes  en uno  de los cajones,  con los cuales se iba  a ir a  Chihuahua  a establecerse o a devolvérselos al jefe carrancista.

Villa lo miro y le dijo: “Bueno hombre, si eso es todo, sígueme afeitando, pues no me voy a quedar a medias” guardo pistola. El peluquero le puso de nuevo el peinador, volvió a jabonarle la cara y continuó   su labor, nervioso todavía.

Cuando concluyó, Villa se abotonó la camisa, se puso la guayabera   y rápido como un relámpago sacó de nuevo el revólver y le dijo, disparándole un tiro:

“Toma pa’ que no andes aceptando   comisiones   de esa clase”.

Al escuchar   el disparo, entraron dos miembros de la escolta villista   que se habían   quedado afuera   y encontraron en el suelo, estremeciéndose en los últimos   momentos   de agonía, al peluquero. Le preguntaron a Villa: ¿Qué    pasa, mi jefe?

El general les contesto, nada,  es que  este  desgraciado   me había  traicionado, volvió a enfundar su pistola, brincó  sobre  el cadáver para   acercarse  al  cajón  de los billetes,   sacó el fajo, lo guardó en una de las  bolsas  del pantalón y, brincando   de nuevo  sobre  el cadáver,  salió  de la peluquería  y montó  a caballo, diciendo:  ¡Vámonos, muchachos!.

La otra anécdota, ocurrió en la ciudad de Chihuahua, resulta, que en tiempos de la revolución había un coronel de apellido García, este era un tipo impulsivo, sanguinario, mal hablado, pues decía muchas groserías. Platicaba en voz alta. Cierto día se dirigió a una peluquería ubicada en el centro de la ciudad de Chihuahua y a sus acompañantes les decía que a él nunca le gustaba que los peluqueros   le hablaran una sola palabra   mientras le cortaban el pelo.

Entró a la peluquería y vio junto a uno  de los sillones a un  individuo,   al parecer   peluquero,   que  estaba   sentado y le dijo:

“Vamos amigo a pelarme pronto, pero no me hable una sola palabra porque se lo lleva”.

“Señor” le contesto, parándose, es que, el coronel no lo dejo seguir, le dijo:

“Usted     se calla, tal por cual o le quito el resuello. Ya le digo que no me hable usted una sola palabra”.

“Pero, señor coronel, contesto el individuo”.

“Qué coronel ni qué ojo de hacha, a trabajar desgraciado y sin chistar” y como acompañó   a las palabras con la acción de sacar la pistola, el hombre aquel tomó un vestidor, se lo colocó al coronel y empezó a cortarle el pelo temblando.    

El militar tomó un periódico   y se puso a leer mientras el peluquero   cortaba   y cortaba, veinte minutos    después, el coronel   levantó   la cabeza para verse en el espejo y vomitando una andanada de groserías se puso de pie preguntando:

¿Pero   qué   diablos me ha hecho usted?  Estoy todo tusado, tal por cual”.

“Señor coronel ­dijo el pobre hombre­, considerándose en las cercanías de la muerte   al   ver que el militar   sacaba la pistola, “usted no me ha dejado explicarle”.

“¿Y qué me va a explicar, tal por cual”?

“Que yo no soy peluquero, vine a tomar la medida de los vidrios que faltan en esa vitrina   y esperaba   al maestro para ir a comprarlos, pero usted   me obligó a pelarlo”

Una sonora carcajada estalló en todos los que estaban en la peluquería.   El coronel, viendo   para   todos lados, optó por reírse también, y el pobre vidriero aprovechó el momento para salirse a todo escape y correr por la acera hasta dar vuelta en la primera   esquina.

El coronel se vio de nuevo en el espejo, riéndose.   Aquello parecían mordidas de burro, como suele decirse, y todo el mundo celebraba el incidente   con muchas risas.


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