Una
yegua llamada “Siete Leguas”
Seguramente,
ustedes muchas veces se han preguntado el origen del nombre “Siete Leguas”, yo
también tuve esa curiosidad y me dediqué a indagar su origen y he aquí el
resultado.
Cabe
hacer mención, que, en la última etapa de la revolución, el General Francisco
Villa, montaba una yegua, la cual era su favorita y que se llamaba “La Muñeca”,
nombrada así por él, por su finura de formas y por el paso elegante que tenía.
La
yegua, tenía piernas delgadas, pero fuertes, amplio pecho, pelamen finísimo que
brillaba al sol, era arrogante y de estampa muy ligera.
El
General Francisco Villa, obtuvo esta yegua del cruce de una yegua cruzada y de
un caballo árabe finísimo, que había en la Escuela de Agricultura en la época
en que estuvo en México, en la época de la Convención Revolucionaria.
El
caballo se llamaba “Fripon”, el cual el general monto varias veces durante su
estancia en la capital. Desde que la yegua nació se tuvo con ella un esmerado
cuidado y cuando hubo necesidad de amansarla, lo hizo personalmente el General
Villa y desde entonces la montaba.
Una
tarde, cuando se estaba bañando el general, en un pequeño arroyo cercano a una
cueva en donde se ocultaba, cercana a Valle de Allende, Chih., cuando llego uno
de sus hombres a todo galope, con el fin de avisarle, que por un camino cercano
venía una gran fuerza de caballería, el general se vistió rápidamente y espero
junto a sus hombres los acontecimientos.
Bien
pronto, la yegua empezó a mostrarse impaciente percibiendo a lo lejos la
cercanía de otros caballos y lanzo un relincho, el cual no solo fue contestado
por otros relinchos, sino por descargas de fusilería de los soldados que
avanzaban por entre el bosque hacia su dirección.
Fue
entonces que el General Villa, monto su yegua y salió a todo galope la ladera
de un cerro y se introdujo en un bosque cercano, desde la cima del cerro se
detuvo para ver qué pasaba y vio a lo lejos, sobre el camino, corrían en su
persecución varios jinetes, al ver esto, reanudo la carrera.
Pronto
llegó a un camino que lo llevaba a Villa de Allende, la pasara por una
ranchería, en al cual en sus orillas y a la sombra de un álamo dormían tres
soldados carrancistas, los cuales se despertaron y con las armas en la mano le
marcaron el alto, el general siguió corriendo, al no detenerse los soldados
hicieron fuego casi a quemarropa, la yegua los arroyo y siguió corriendo sin parar
cinco o seis kilómetro.
Villa
siguió por el camino y ya caída la noche, se detuvo a las puertas de una
fábrica de hilados y tejidos muy famosa en esos tiempos, ubicada en el poblado
de Talamantes, la cual estaba abandonada. Ahí lo recibió el conserje, un
viejecito de nombre Antonio Garcia y lo oculto en la fábrica, fue entonces que
el General Villa se dio cuenta con verdadero asombro, que todo el pecho de la
yegua estaba lleno de sangre.
La
noble bestia, había recibido un disparo en el pecho, pero no obstante a eso
había seguido corriendo. La metieron a un cuarto de los telares y le lavaron la
herida, la hacerlo se dieron cuenta que la bala había salido por detrás de la
paleta de la mano derecha. Le aplicaron alcohol y luego le untaron bálsamo
prieto y algunas medicinas más apropiadas para curar heridas.
Después
de la curación y cuando estaban cenando, el general, le pregunto al viejito:
“¿Cuánto crees que ha corrido este animal conmigo?
El
viejito le contesto con otra pregunta:
“¿Cuánto,
mi jefe?”
Le
contesto el General, “Siete Leguas”, y de hoy en adelante, continúo hablando el
general, “si se salva mi animalito”, la llamaré "Siete Leguas". Tan buena como su
madre, que murió en uno de los combates de Celaya. Villa agrego: “La madre de esta yegua era de un
rico de México, de Guillermo Landa y Escandón”.
“Cuando
entré a la Ciudad de México ordené que
todos los caballos fueran presentados por los particulares en el cuartel
general. A la yegua, ya la había visto a mi entrada a la Capital, en el Paseo
de la Reforma. No faltó quien me dijera que
era cruza de árabe y todos los días investigaba si, en obediencia de mi orden habían traído la yegua, pero la yegua
no venía”.
"Me
dijeron después que, por la calle de Guerrero, el animal
estaba escondido; y aunque personalmente
di varias vueltas por allí no la
encontré, ni la hallaron tampoco varios
de mis oficiales a quienes les encomendé
que la buscaran”.
“Un
día que pasaba por la Escuela de Agricultura entré y vi allí dos caballos
enteros, uno de ellos árabe, y el otro andaluz, el primero se llamaba “Fripon”
entonces pensé que esos caballos me servirían mejor
que los oficiales
y que yo mismo, para encontrar
a la yegua que buscaba”.
"Montamos a los caballos Rodolfo Fierro y yo nos fuimos
por las calles de Guerrero. Ya casi para
llegar a Nonoalco los caballos empezaron
a ponerse impacientes y a relinchar como olfateando cerca una yegua y, después de dos o tres vueltas a la calle, no
tardamos en oír un relincho sofocado”.
Seguimos pasando, los caballos se ponían cada vez más impacientes, por último, “Fripón”
que yo llevaba, se detuvo frente a un zaguán
como queriendo entrar, hice que algunos de mis hombres penetraran a la casa y a poco salían con varios
caballos y entre ellos con la yegua que tanto buscaba. De Fripón
y de ese yegua vino ésta que acabamos de curar", término de contar
el general.
Cuando
el General Francisco Villa se rindió al gobierno, le quiso hacer un obsequio "al
simpático muchacho que nos
gobierna", el general así llamaba a Adolfo de la Huerta, y le obsequio la
yegua. Adolfo de la Huerta, que sentía cierto afecto del General Villa y desde
luego acepto el regalo y en un carro de ferrocarril, perfectamente cuidada por el coronel villista Baltazar
Piñones y otros hombres, llegó a la Capital y fue llevada a las
caballerizas de Palacio Nacional.
El
animal no estaba contento
allí: la mimaban demasiado
y se había vuelto arisca. Difícilmente dejaba
que se le acercaran y como nadie
la montaba se estaba volviendo, como decía uno de los que la cuidaban,
“ovachona".
Un
día que vino a México, el General Lázaro Cárdenas, en una conversación que tuvo con Don Adolfo, en los últimos días
de su interinato, hablaron de Villa y entonces
le mencionó lo de la yegua. Mostró curiosidad
por conocerla y Don Adolfo,
gentil y correcto, fue personalmente a
enseñársela.
El
General Cárdenas vio que el animal era
fino y, como buen conocedor de caballos,
hizo elogios de la bestia. Don Adolfo entonces se la obsequió. El
General Cárdenas la tuvo en su poder
mucho tiempo, al grado que se murió de vieja, tras grandes esfuerzos que hicieron por salvarla.
Esta
es una de tantas anécdotas vividas por el General Francisco Villa, que le conto
a su amigo el Ing. Elías Torres, durante los días que paso con el general en la
Hacienda de Canutillo. Saludos.
La
foto que subo, es una foto tomada del Archivo Histórico de la Secretaría de
Cultura del Estado de Chihuahua, así que para ellos los créditos que
corresponden.
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