sábado, 21 de julio de 2018

General Francisco Villa: Una yegua llamada “Siete Leguas”


Una yegua llamada “Siete Leguas”


Seguramente, ustedes muchas veces se han preguntado el origen del nombre “Siete Leguas”, yo también tuve esa curiosidad y me dediqué a indagar su origen y he aquí el resultado.

Cabe hacer mención, que, en la última etapa de la revolución, el General Francisco Villa, montaba una yegua, la cual era su favorita y que se llamaba “La Muñeca”, nombrada así por él, por su finura de formas y por el paso elegante que tenía.

La yegua, tenía piernas delgadas, pero fuertes, amplio pecho, pelamen finísimo que brillaba al sol, era arrogante y de estampa muy ligera.

El General Francisco Villa, obtuvo esta yegua del cruce de una yegua cruzada y de un caballo árabe finísimo, que había en la Escuela de Agricultura en la época en que estuvo en México, en la época de la Convención Revolucionaria.

El caballo se llamaba “Fripon”, el cual el general monto varias veces durante su estancia en la capital. Desde que la yegua nació se tuvo con ella un esmerado cuidado y cuando hubo necesidad de amansarla, lo hizo personalmente el General Villa y desde entonces la montaba.

Una tarde, cuando se estaba bañando el general, en un pequeño arroyo cercano a una cueva en donde se ocultaba, cercana a Valle de Allende, Chih., cuando llego uno de sus hombres a todo galope, con el fin de avisarle, que por un camino cercano venía una gran fuerza de caballería, el general se vistió rápidamente y espero junto a sus hombres los acontecimientos.

Bien pronto, la yegua empezó a mostrarse impaciente percibiendo a lo lejos la cercanía de otros caballos y lanzo un relincho, el cual no solo fue contestado por otros relinchos, sino por descargas de fusilería de los soldados que avanzaban por entre el bosque hacia su dirección.

Fue entonces que el General Villa, monto su yegua y salió a todo galope la ladera de un cerro y se introdujo en un bosque cercano, desde la cima del cerro se detuvo para ver qué pasaba y vio a lo lejos, sobre el camino, corrían en su persecución varios jinetes, al ver esto, reanudo la carrera.

Pronto llegó a un camino que lo llevaba a Villa de Allende, la pasara por una ranchería, en al cual en sus orillas y a la sombra de un álamo dormían tres soldados carrancistas, los cuales se despertaron y con las armas en la mano le marcaron el alto, el general siguió corriendo, al no detenerse los soldados hicieron fuego casi a quemarropa, la yegua los arroyo y siguió corriendo sin parar cinco o seis kilómetro.

Villa siguió por el camino y ya caída la noche, se detuvo a las puertas de una fábrica de hilados y tejidos muy famosa en esos tiempos, ubicada en el poblado de Talamantes, la cual estaba abandonada. Ahí lo recibió el conserje, un viejecito de nombre Antonio Garcia y lo oculto en la fábrica, fue entonces que el General Villa se dio cuenta con verdadero asombro, que todo el pecho de la yegua estaba lleno de sangre.

La noble bestia, había recibido un disparo en el pecho, pero no obstante a eso había seguido corriendo. La metieron a un cuarto de los telares y le lavaron la herida, la hacerlo se dieron cuenta que la bala había salido por detrás de la paleta de la mano derecha. Le aplicaron alcohol y luego le untaron bálsamo prieto y algunas medicinas más apropiadas para curar heridas.

Después de la curación y cuando estaban cenando, el general, le pregunto al viejito:

“¿Cuánto   crees que ha corrido este animal   conmigo?

El viejito le contesto con otra pregunta:

“¿Cuánto, mi jefe?”

Le contesto el General, “Siete Leguas”, y de hoy en adelante, continúo hablando el general, “si se salva mi animalito”, la llamaré   "Siete Leguas". Tan buena como su madre, que murió en uno de los combates de Celaya.  Villa agrego: “La madre de esta yegua era de un rico de México, de Guillermo Landa y Escandón”.

“Cuando entré   a la Ciudad de México ordené que todos los caballos fueran presentados por los particulares en el cuartel general. A la yegua, ya la había visto a mi entrada a la Capital, en el Paseo de la Reforma.  No faltó quien me dijera que era cruza   de árabe   y todos los días investigaba   si, en obediencia   de mi orden habían traído la yegua, pero la yegua no venía”.

"Me dijeron   después   que, por la calle de Guerrero, el animal estaba escondido; y aunque   personalmente di varias vueltas   por allí no la encontré, ni la hallaron tampoco   varios de mis oficiales a quienes les encomendé   que la buscaran”. 

“Un día que pasaba   por la Escuela   de Agricultura entré y vi allí dos caballos enteros, uno de ellos árabe, y el otro andaluz, el primero se llamaba “Fripon” entonces   pensé   que esos caballos me servirían   mejor  que  los  oficiales  y  que  yo mismo, para  encontrar   a la yegua  que  buscaba”.

"Montamos   a los caballos Rodolfo Fierro y yo nos fuimos por las calles de Guerrero.  Ya casi para llegar a Nonoalco los caballos   empezaron a ponerse   impacientes    y a relinchar como olfateando   cerca una yegua y, después   de dos o tres vueltas a la calle, no tardamos en oír un relincho   sofocado”. 

Seguimos   pasando, los caballos se ponían   cada vez más impacientes, por último, “Fripón” que yo llevaba, se detuvo frente a un zaguán   como queriendo entrar, hice que algunos de mis hombres penetraran   a la casa y a poco salían con varios caballos y entre ellos con la yegua que tanto buscaba.   De Fripón   y de ese yegua vino ésta que acabamos de curar", término de contar el general.

Cuando el General Francisco Villa se rindió al gobierno, le quiso hacer un obsequio "al simpático   muchacho que nos gobierna", el general así llamaba a Adolfo de la Huerta, y le obsequio la yegua. Adolfo de la Huerta, que sentía cierto afecto del General Villa y desde luego acepto el regalo y en un carro de ferrocarril, perfectamente    cuidada por el coronel villista   Baltazar   Piñones y otros hombres, llegó a la Capital y fue llevada a las caballerizas   de Palacio Nacional.

El animal   no estaba   contento   allí:  la mimaban   demasiado   y se había   vuelto arisca.   Difícilmente   dejaba   que se le acercaran   y como nadie la montaba   se estaba   volviendo, como decía uno de los que la cuidaban, “ovachona".

Un día que vino a México, el General Lázaro Cárdenas, en una conversación   que tuvo con Don Adolfo, en los últimos días de su interinato, hablaron   de Villa y entonces le mencionó lo de la yegua. Mostró curiosidad   por conocerla y Don   Adolfo, gentil   y correcto, fue personalmente a enseñársela.   

El General Cárdenas vio   que el animal era fino   y, como buen conocedor de caballos, hizo elogios   de la bestia.  Don Adolfo entonces se la obsequió. El General Cárdenas   la tuvo en su poder mucho tiempo, al grado que se murió de vieja, tras grandes   esfuerzos que hicieron por salvarla.

Esta es una de tantas anécdotas vividas por el General Francisco Villa, que le conto a su amigo el Ing. Elías Torres, durante los días que paso con el general en la Hacienda de Canutillo. Saludos.

La foto que subo, es una foto tomada del Archivo Histórico de la Secretaría de Cultura del Estado de Chihuahua, así que para ellos los créditos que corresponden.

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